*Por Lorena Hara

¿Vivir sin compañía es lo mismo que sentir soledad?

Nos sentimos más solos que nunca, aunque estemos rodeados de personas. ¿Por qué? ¿Qué descubrimos con nuestra propia compañía?

En un mundo cada vez más conectados con la tecnología, redes sociales, Facebook, Instagram nos aleja de las personas reales, del beso, las caricias y los abrazos.

 De repente aparecimos en la era Tinder donde elegimos compañía por catálogo como un delivery sexual. Hay Personas que tienen 10.000 amigos en Facebook pero ninguno de ellos puede dar un abrazo de seis segundos, (es el tiempo que tarda el cerebro en tener un efecto químico relacionado al amor). Las redes sociales generan una falsa sociabilidad sobre todo entre los jóvenes que tienen amigos del otro lado del mundo, pero no conocen a sus vecinos.

La virtualidad nos aleja del entorno y nos aísla de las personas, hemos perdido la capacidad empática, el ponernos en la piel del otro, nos sentimos solos en medio de muchas personas con los ojos puestos en nuestro propio ombligo. Al fin y al cabo, lo que importa es la proximidad, la calidad relacional, ¿es la gente que vive cerca nuestro la que nos hace sentir acompañados? O posiblemente la virtualidad desembarcó en nuestras vidas para huir de lo real.

La soledad no solo produce efectos psicológicos graves de por sí, tristeza, angustia, falta de auto estima, apatía, sino que sus consecuencias se ven reflejadas en lo físico y es cuando El sistema inmunológico nos pasa factura. Incluso está demostrado que quienes viven solos presentan mayor riesgo de morir prematuramente. La soledad va emergiendo lentamente como un problema de salud pública.

Las situaciones de crisis actual ponen en juego la soledad existencial relacionada con nuestra vulnerabilidad.  Hay soledades impuestas, los hijos se van y aparece el nido vacío, las jubilaciones, también hay soledades elegidas de esas que a veces necesitamos cuando perdimos la brújula.

Reconocer el problema es un buen camino, tomarnos un café con nosotros mismos y porque no unas copas de vino tinto y asi escuchar esa vocecita interior, que nos dice. Indudablemente la salida es hacia adentro.