Durante el juego, cada pelota dividida parecía la última, al menos en las tribunas. Los santistas lo vivieron como una batalla, querían empujar a su equipo hacia una gesta histórica. Eso no sucedió, ni cerca estuvo de suceder, en realidad. El final estaba casi cantado. Una bomba de estruendo que cayó cerca de los suplentes de Independiente dio paso a otras bombas, la invitación al caos.

En medio de la agitación, varios hinchas de Santos intentaron invadir el campo, llevándose una paliza por parte de la policía que los esperaba del otro lado del alambrado. Más bombas. Otra vez, corridas en las tribunas. Enfrentamientos entre la policía y la organizada santista.

En otro sector, las butacas del Pacaembú eran arrancadas y volaban hacia el campo de juego. Mientras tanto, los jugadores de Independiente se retiraban, con el partido ya suspendido y la clasificación a los cuartos de final. Seguían las peleas entre hinchas locales y policía, cuando los helicópteros de la policía sobrevolaban el estadio.

De a poco el estadio se fue vaciando y, por primera vez, la calma pareció tener un espacio en la tensa noche paulista. Ya no había más bombas ni peleas, y sí un grupo de hinchas de Independiente que no paraba de cantar esperando su turno de salir del estadio.

El club de Avellaneda clasificó  a cuartos de final y espera por el ganador del partido que sostendrán River y Racing.