Era innegable que el intento valía la pena, estaba claro que el desafío tenía su cuota de morbo. Todo tan cierto como que fue un fracaso absoluto. Pasaron ya cuatro años desde que un canal de televisión barcelonés salió a las calles de la capital catalana buscando gente que hablara mal de Lionel Messi y se encontró con que nadie -pero nadie- estuvo ni cerca de criticar al “10”.

 

Falló claramente la producción periodística, los cronistas estaban en el lugar equivocado. De haber volado 11 horas en dirección al sur se habrían hecho un festín en Buenos Aires, ciudad que podría nutrir un fin de semana completo de Netflix con críticas al mejor futbolista del mundo.

 

Es cierto que hay una evolución, porque a las puertas de su cuarto Mundial, Messi es mucho más querido y respetado por sus compatriotas que en años anteriores. Aquella renuncia a la selección finalmente no concretada tuvo el efecto beneficioso que todo se asomaran al abismo de una Argentina sin Messi. La conclusión fue casi unánime: mejor no mirar hacia abajo, no se sabe cuán profundo es ese abismo. Lo que no quita que Argentina siga siendo el país que más cuestiona al ídolo del Barcelona.

 

En una reciente encuesta de D’Alessio/IROL Berenzstein, el 18 por ciento dijo que Messi no es el mejor jugador del mundo, y un tres por ciento agregó que Jorge Sampaoli se equivoca llevándolo al Mundial. Es mejor -por mera protección de imagen del país- incluir a ese tres por ciento dentro del margen de error técnico de toda encuesta.

 

Las excentricidades de unos cuantos argentinos en su relación con Messi pueden explicarse, quizás, porque es el único país que lo tiene en su selección. Los otros 209 sólo pueden soñar con tenerlo. La Argentina puede dormir tranquila, el suyo es un sueño que es pura realidad. Por eso es que disfruta de Messi y de tanto en tanto lo padece, porque está claro que el “10” es genial, pero no perfecto. También se equivoca. El asunto es que, en el balance de aciertos y errores, a Messi no hay con qué darle: es, por lejos, el mejor de todos.

 

 

La Moscú de primavera tímida y noches frescas que lo verá entrar mañana al estadio del Spartak para el debut ante la fabulosa Islandia -fabulosa por mítica y legendaria, no por su fútbol- será testigo del mejor Messi. El capitán de Argentina llega con su versión más refinada, aunque haya resignado algo de la explosión de sus primeros dos Mundiales. A cambio, es más sabio y versátil, cuenta con más recursos que el Messi jr.

 

Lo explicó esta misma semana César Luis Menotti en una entrevista con el diario español “El País”: “Ahora se utiliza un lenguaje: ‘Dársela a Messi’. Leo ha demostrado que puede ser contragolpeador, como lo vemos últimamente, pero también puede jugar con la tenencia y buscando espacios. A mí me gusta su evolución. Pasó de ser arrollador en los últimos 30 metros a convertirse en un futbolista que enlaza, gestiona y asiste. Es mágico, pero los magos también necesitan un escenario. Si Messi jugara en el Alavés no sé si saldría campeón. Para ganar necesitás a Messi, pero también a Busquets, Iniesta, Piqué… En definitiva, a buenos jugadores”.

 

Messi no tiene a Busquets, Iniesta o Piqué en la selección, pero sí está rodeado de buenos jugadores, lo que no necesariamente significa estar bien rodeado. En eso se resume la historia de la selección en la última década, en la gran pregunta celeste y blanca. ¿Cómo potenciamos a Messi, para que dé todo lo que tiene?

 

Más maduro, más jugador y más curtido, Messi promete su mejor versión en su cuarta Copa; no hay razón para no renovarle la confianza Más maduro, más jugador y más curtido, Messi promete su mejor versión en su cuarta Copa; no hay razón para no renovarle la confianza

 

Alguien que conoce muy pero muy bien al capitán de la selección cree que es relativamente falso decir que Messi está disputando su cuarto Mundial tras Alemania 2006, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014.

 

“El único Mundial que realmente jugó es el de Brasil. En el 2006 no estuvo en el partido que tenía que estar, y el de 2010 se tiró al tener el técnico que tuvimos”.

 

Esa misma persona admitió que cuatro años atrás, Messi no llegó en su mejor forma al Mundial. Primero, porque en la puesta a punto de la Liga española 2013/2014, la previa al Mundial, el “10” se embarcó en una gira americana de “partidos con amigos” que, además de traerle problemas de imagen, impidió que descansara y pasara unas buenas vacaciones junto a su familia.

 

Eso le pasaría factura en una temporada en la que Elvio Paolorroso, el preparador físico de Gerardo Martino, cambió la rutina y los métodos a los que estaban acostumbrados los jugadores del Barcelona. Xavi Hernández fue muy crítico con Paolorroso y, por la razón que fuere, lo cierto es que Messi fue un jugador inteligente, oportuno y tremendamente decisivo en Brasil, pero se fue quedando sin energía (y sin Ángel Di María) en la semifinal y la final, justo cuando más se lo necesitaba.

 

El gol que no le convirtió a Manuel Neuer lo anotó decenas de veces en su carrera, y se pareció demasiado al que en el minuto 113 sí anotó Mario Götze. A Brasil 2014 llegó, dicen los que están cerca de él, mal de un aductor.

 

Frustrado en el banco en 2006, desorientado en 2010 y al borde de la gloria en 2014, no hay razón para no renovarle fuertemente la confianza al Messi de 2018, porque su talento va más allá de compañeros y técnicos. Cuanto mejores sean estos más fácil es todo, claro, pero los cracks tienen la posibilidad siempre abierta de sortear obstáculos con una genialidad en el momento justo.

 

Y el Mundial de fútbol es mucho más cómo se está que cómo se llega. Siete partidos a todo o nada. Si todo va bien, o en realidad muy bien, los mismos siete que jugó la Argentina hace cuatro años.

 

El Messi de hoy es un hombre, el de Brasil aún era un joven. No sólo por esa barba que se acostumbró a llevar, sino porque en el medio se casó, creó una familia con tres hijos -dos de ellos ya dominan los cantitos de cancha- y hasta mudó sus gustos musicales para abrirse más al rock y moderar un tanto la cumbia. Superó, además, el complejo trance de un juicio impositivo de la Hacienda española. Eso también ayuda a madurar.

 

Nadie sabe, ni el propio Messi, si cerrará su carrera en Newell’s, ese sueño que tiene desde chico y que se reforzó desde que a los 13 años dejó la Argentina de la debacle del cambio de siglo. Lo que sí sabe es que el país de las crisis recurrentes es también el país de la democracia consolidada que debate civilizadamente un tema tan complejo como el aborto, y a la vez el país dueño de una ciudad única, Buenos Aires y el área metropolitana, que concentra 36 estadios de fútbol con capacidad para 10.000 personas o más.

 

No hay nada igual en el mundo. Quizás no sea casualidad que de ese país hayan salido Di Stefano, Maradona y Messi.

 

Y sabe también Messi que Rusia no debe confundirlo. Está en un país en el que la ensalada rusa se llama “Olivier”, el agua caliente brota girando las canillas al revés que en la Argentina y el sol brilla a pleno a las 3.30 de la madrugada en Moscú y casi toda la noche si se está más al norte.

 

Todas minucias de cara a una certeza calcada de algo sucedido hace 32 años: el Mundial no lo gana un solo jugador, pero si la Argentina sueña con ser campeona es porque tiene a Messi.