Estados Unidos dio vuelta la página a la tumultuosa presidencia de Donald Trump y abrió una nueva era con la asunción de Joseph Robinette Biden Jr, el 46º mandatario en la historia del país, quien se enfrentará durante su gobierno a desafíos abrumadores, y deberá lidiar un país agotado y fracturado luego de cuatro años de trumpismo, y la destrucción de la peor pandemia del último siglo.

Biden tomó las riendas del país luego de prestar juramento en la explanada del Capitolio en una ceremonia solemne, pero sobria, despojada de la pompa y el clima de celebración y exaltación que suele acompañar a las asunciones presidenciales en Estados Unidos. La pandemia del coronavirus, que ya ha dejado más de 400.000 muertes, había forzado ya a una transición austera, que después quedó aún más empañada por el ataque al Congreso a principios de este mes, que provocó un inédito operativo de seguridad en la capital, y la ausencia de Trump en la jura, que privó al país de un traspaso del poder pacífico.

Ante ese panorama lúgubre, Biden El nuevo mandatario arraigó su mensaje inaugural en un amplio llamado a la unidad a un país que durante los últimos profundizó sus divisiones, consumido por la grieta, y trató de imprimir un tono optimista a una nación de rodillas que acaba de recorrer uno de los peores años de su historia.

“Hemos aprendido, de nuevo, que la democracia es preciosa. La democracia es frágil. Y a esta hora, mis amigos, la democracia ha prevalecido”, abrió Biden, en su primer discurso como presidente.

El nuevo mandatario dijo que pocas personas en la historia del país han encontrado desafíos más difíciles, y mencionó, además de la pandemia del coronavirus, la pérdida de empleos y el cierre de negocios, la lucha contra el racismo, y el extremismo político y el supremacismo blanco, a los que prometió doblegar.

“Para superar estos desafíos, para restaurar el alma y asegurar el futuro de Estados Unidos, se requiere mucho más que palabras y requiere lo más esquivo de todas las cosas en una democracia: la unidad. La unidad”, remarcó.

“Sin unidad, no hay paz. Solo amargura y furia”, insistió.

El discurso ofreció un tono antagónico al discurso inaugural de Trump, hace cuatro años, cuando cargó contra el establishment político de Washington y dijo “la carnicería de Estados Unidos se terminó”. Biden volvió a agradecer el respaldo de sus votantes, pero insistió, como lo ha hecho en otras ocasiones, que gobernará “para todos los estadounidenses”. Pidió dejar de lado la violencia y los enfrentamientos en la política, y rogó a la gente que vuelva a escucharse, y a mirarse.

“Empecemos de nuevo. Todos nosotros”, pidió. “Empecemos a escucharnos de nuevo. Escuchen unos a otros. Nos vemos. Muestre respeto a unos y a otros. La política no tiene por qué ser un fuego furioso que destruye todo a su paso. Todo desacuerdo no tiene por qué ser motivo de guerra total.”

El cambio de época en Estados Unidos sembró sentimientos antagónicos en la primera potencia global. Más de medio país respiró aliviado el fin de un gobierno que sufrieron durante cuatro años, caótico, rupturista y traumático, al que vieron como uno de los capítulos más oscuros de la democracia más longeva del mundo. Para ellos, la llegada de Biden es el final de una pesadilla, y la oportunidad de un nuevo comienzo.

Pero los partidarios de Trump vieron su salida del poder con tristeza, desazón, y también con furia. Para ellos, Trump fue el mejor presidente de la historia, y muchos creyeron sus denuncias infundadas de fraude masivo, y están convencidos de que Biden y los demócratas se robaron la elección, un escenario tóxico que plantea un fuerte desafío a la gobernabilidad de Biden.

La jura de Biden, que tuvo apenas 1000 invitados, ocurrió en una capital militarizada como nunca. Alrededor de 25.000 soldados de la Guardia Nacional custodiaron la transferencia del poder, que se realizó sin público. El Mall de Washington quedó cubierto de banderas, y el Capitolio, la Corte Suprema, la Casa Blanca y el resto de los edificios del gobierno federal quedaron encerrados por un laberinto de vallas y barreras de concreto que trastocaron el clima celebratorio que distingue a las asunciones en Estados Unidos.

Apenas pise el Salón Oval de la Casa Blanca, Biden comenzará a borrar con su firma el legado de Trump, y a atacar de lleno las crisis que enfrenta el país. Su equipo de transición anunció que esta tarde firmará 17 acciones presidenciales, incluidos decretos, memorandos y directivas, que eliminarán algunas de las decisiones más icónicas de Trump, como la construcción del muro en la frontera con México, la decisión de abandonar el Acuerdo Climático de París o dejar la Organización Mundial de la Salud (OMS), y las restricciones de viajes para ciudadanos de países musulmanes. Biden también comenzará a atacar la pandemia, el racismo, la pobreza, e imprimirá un giro de 180º en la política migratoria.

La batería de acciones que firmará el nuevo presidente denota la premura del gobierno entrante por comenzar a dejar su marca y a doblegar las crisis que azotan a la primera potencia global. Pero también ofrece una señal nítida sobre la determinación de Biden para dejar en claro el rechazo al gobierno trumpista. Con apenas unas firmas, Biden comenzará a acotar la huella que Trump dejó en el país.