En el documental que se estrenó ayer, Julián Zini cuenta una historia hasta ahora desconocida. Tan increíble como desgarradora. Un chamamé, el compañerismo y la muerte.

Hace 39 años se desataba un conflicto bélico con Inglaterra por la soberanía de las islas Malvinas, cuando el gobierno de facto de aquel entonces decidió enviar a un grupo armado para recuperarlas. El enfrentamiento fue sangriento y muchos de los jóvenes soldados dejaron su vida allí, mientras que muchos otros tuvieron que convivir luego con las secuelas. 

El contingente de conscriptos  correntinos fue uno de los más importantes y por eso abundan relatos que tienen que ver con cuestiones de esta tierra, mucho de religiosidad y, sobre todo, de música. Pero una historia llamativa y dolorosa se pudo conocer ahora, contada por Julián Zini en el documental que se estrenó ayer para honrar la memoria del cura musiquero fallecido el año pasado. 

La historia dice que una noche en Malvinas, antes de que empiece el cañoneo desde el mar que no les dejaba dormir, salió de recorrida un grupo de argentinos. Se demoraban y la preocupación comenzó a crecer. Oscuridad, frío, y los soldados no regresaban. 

Comenzó a crecer el malestar, pensaron que se perdieron o les pasó algo. “Creyeron que los hicieron bolsa”, dice Zini en su relato. Una expresión coloquial y al mismo tiempo tan desgarradora. 

De repente, en medio de la gélida noche malvinera, se escucha sonar un acordeón dos hileras. El sonido bien chamamecero hizo estremecer a los que esperaban a sus compañeros, pero antes de cualquier frase que pudo haber surgido, se escuchó a lo lejos un sapucay, ese grito correntino que nace sin querer cuando suenan los acordes de la música propia.  

“Sobre que sonó el instrumento, sonó un sapucay y otro sapucay y otro sapucay y otro”, dice, emocionado, Julián Zini, que supo darle letra a uno de los temas más emotivos y tristes sobre la guerra: Los Ramones. El paí cuenta que los alaridos chamameceros se comenzaron a encender como fogatas en la oscuridad. 

Sonaba La caú, uno de los himnos correntinos y tal vez la melodía que despierta con mayor facilidad un grito, ya sea en la bailanta, en el propio hogar y hasta en medio de una guerra tan sangrienta como infame. Esa melodía fue suficiente para el reencuentro en pleno campo de batalla. Zini recuerda el relato y repite que “mediante eso se lograron juntar todos de nuevo en la oscuridad”.

Lejos de los que deben decir los manuales de guerra, los correntinos y, en definitiva, todos los que supieron estar allí entre el frío y el miedo, apelaron a lo que conocían como nadie: la música y el sentir que esta despierta. 

Pero la historia sigue de manera triste, como no puede ser de otra manera en una guerra. “La muchachada”, como los nombra el padre muchas veces, no se dio cuenta hasta el otro día del trágico final del improvisado acordeonista. “Encontraron al musiquero destripado por una esquirla, con la acordeona abierta sobre su pecho”.

Una historia de Malvinas, de chamamé, de compañerismo y de muerte. Una historia de correntinos, una de las muchas que existen y que perduran, aunque muchos hayan quedado allá, como dice Zini, de centinelas.