El equipo brasileño se impuso por 1-0 con un gol de Michel. La revancha será el próximo martes en Porto Alegre.

River nunca pudo ser el River que se sueña candidato. Se enredó una y otra vez en la telaraña que le armó con paciencia budista el equipo brasileño sin encontrar respuestas ni en los que jugaron de entrada ni en los cambios de nombre que propuso Gallardo después.

No explotó Quintero jugando de titular, no desequilibró el Pity Martínez en su regreso, no asustaron Scocco y Borré. Gremio no los dejó y ninguno de ellos pudo torcer el musculoso brazo del defensor del título. Un rival muy ordenado al que nadie supo desordenar durante 90 minutos.

Se sabe que los de Renato Portaluppi llevan décadas afiliados al sector duro del fútbol brasileño. Ingenuidad cero. Lirismo menos diez. Nada de laterales que juegan pero no marcan, ni de aventuras solitarias que cuestan errores defensivos. Gremio todo lo hizo en grupo, el único que jugó aislado fue el delantero Jael. Se supo visitante, pero lejos estuvo de achicarse.

El actual campeón de la Libertadores es un equipo duro, que ya no tiene a Arthur respecto al año pasado y que pisó el Monumental sin su goleador Everton y sin su figura Luan (ni siquiera fue al banco). Pero de descafeinado, poco y nada. Por momentos es insoportable: mañero, molesto. Tiene muy claro a qué juega y cómo hacerlo.

Y River no encontró los espacios porque no estaban. Gremio congestionó la autopista central y también la colectoras, con un 4-1-4-1 cerrado y ancho, como para que ni Casco ni Pity Martínez pudieran alcanzar velocidad máxima, mucho menos Borré, encerrado en la trinchera que controlan armados hasta las tobilleras Geromel y Kannemann.

El olor a pólvora que le puso perfume al Monumental con la ruidosa entrada del equipo se disipó en un juego lento y previsible, los fuegos artificiales de aquella bienvenida llena de ilusión se diluyeron en la falta de electricidad y de cambio de ritmo que mostró el conjunto de Gallardo.

Gremio quería jugar lejos de Marcelo Grohe y lejos de Armani y que el reloj rindiera lo menos posible. Lo logró en la primera mitad, donde ninguno de los dos inquietó a los de guantes más allá de algún remate aislado como los de Exequiel Palacios. Y lo sostuvo después hasta que aquella tibia amenaza de pelota parada que había insinuado se convirtió en un puñal con el cabezazo de un Michel que no estaba en la libreta de nadie y que se impuso en lo alto ante la pasividad de toda la defensa local y de su arquero.

Fue silencio y decepción, de allí hasta el final, porque River y Gremio siguieron igual, con negocio perfecto para el lado brasileño, claro.

Nadie dijo que iba a ser fácil y nadie puede asegurar que la historia quedó escrita en la decepcionante noche del Monumental.

Para seguir soñando con un pasaje a la final muchas cosas tienen que cambiar, sobre todo del lado de River.

Fuente: clarin.com