En zonas como José C. Paz, Isidro Casanova, Quilmes o cualquier pueblo del interior alejado de los centros prósperos.

 

El consumo cultural es uno de los primeros ítems que se recortan.

 

Un indicador abstracto, aportado por una encuesta del Ministerio de Cultura, señala que, en términos generales, la asistencia a recitales disminuyó considerablemente los últimos años.

 

En 2013, por ejemplo, un 34% de la población había asistido a algún espectáculo de música en vivo durante el año, mientras que en 2017 esa proporción fue del 22%.

 

Entre las personas que dejaron de asistir a esos eventos, siete de cada diez pertenecen a sectores socioeconómicos medios y bajos.

 

Los "bailes" de música tropical, al tope de las preferencias de las clases populares, sufren la sangría de público, obligando a productores y artistas a pergeñar estrategias de supervivencia.

 

Una realidad distinta a la promocionada "experiencia" de los festivales internacionales estilo Lollapaolaza, con entradas que cuestan el equivalente a un salario mínimo y bancos como sponsors.